Por: Ricardo Ávila
22 de febrero 2020 , 09:00 p.m.
La historia la cuenta Flavia Santoro, presidenta de ProColombia. En octubre pasado la entidad, que depende del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, y cuyo objetivo central es impulsar tanto las exportaciones como la llegada de capitales al país, realizó una cumbre que convocó a representantes de compañías de las más diversas latitudes y sectores.
Al final del evento, la entidad hizo balance de lo conseguido: mil citas que dejaron manifestaciones de inversión por parte de 184 empresas foráneas, 45 por ciento más que en el año precedente. Aunque la suma definitiva se concretará en un futuro cercano, el cálculo es que una decena de interesados se comprometió con al menos mil millones de dólares.
“Vale la pena destacar que trajimos ocho anclas, es decir, firmas reconocidas internacionalmente, que llamarán la atención de sus proveedores y aliados, dejando en claro que este es un destino atractivo para producir y hacer negocios”, cuenta Santoro.
Expresiones que comprueban que en esta materia Colombia cuenta con una buena imagen, van más allá de lo que dicen los funcionarios gubernamentales. El miércoles pasado se dio a conocer un estudio elaborado por la universidad IE en Madrid, según el cual la percepción de las firmas ibéricas sobre la economía nacional es la más positiva de la región, una causa por la cual existe el plan de inyectar más fondos en las operaciones locales.
Plata de afuera
Las estadísticas son elocuentes. Según los datos de la balanza de pagos que elabora el Banco de la República, entre enero y septiembre de 2019 los registros de inversión extranjera directa ascendieron a 10.821 millones de dólares, con un alza de 25 por ciento sobre el año previo.
Si bien la entidad dará hasta el próximo 2 de marzo el acumulado del calendario que acaba de terminar, los conocedores sostienen que en el trimestre que va de octubre a diciembre el incremento llegó al 35 por ciento. De ser así, el total habría superado los 14.700 millones de dólares. Un guarismo de ese tenor –equivalente a casi el cuatro por ciento del producto interno bruto– todavía se quedaría corto frente al máximo de 16.210 millones alcanzado en 2013, pero sería el mejor del último lustro.
Un observador desprevenido podría pensar que la mejora se encuentra atada al aumento en el precio de los hidrocarburos que condujo a nuevas apuestas en dicha actividad. Y aunque el ramo petrolero ganó participación en el total, al representar el 22 por ciento de las inversiones venidas de afuera, está lejos de lo sucedido en 2010, cuando esa proporción casi llegó a la mitad.
Aunque la minería también atrae dineros en forma importante, su participación en los últimos tiempos es similar a la de la industria. Actividades como transporte y comunicaciones o servicios financieros y empresariales reciben aun más capitales extranjeros. Si algo es notorio ahora es que el abanico de las opciones está más abierto que nunca.
Los ejemplos abundan. En la salud, para citar un caso concreto, vienen teniendo lugar movimientos que se tasan en centenares de millones de dólares. Grupos especializados y fondos de inversión han adquirido un número importante de clínicas en varias capitales, lo cual puede sonar sorpresivo dada la estrechez financiera que afecta a algunos operadores del servicio.
A su vez, los grandes de la tecnología como Amazon Web Services o Microsoft se encuentran en proceso de ampliar o construir centros de procesamiento de datos en Bogotá y otros lugares de la geografía, no solo para vender servicios de almacenamiento y análisis de información internamente, sino también a escala regional. Los cables submarinos que entran a Suramérica por el Caribe colombiano y nos conectan al resto del mundo son una ventaja comparativa importante.
"Aunque a nivel interno los dirigentes que representan al sector privado se quejan de la falta de continuidad en las reglas de juego, el contraste con los vecinos es evidente."
Como es evidente, detrás de esa y otras decisiones, hay motivaciones que se centran alrededor de tres columnas principales: la explotación de recursos naturales, el uso del territorio nacional como plataforma para llegar a otros lugares y el atractivo del mercado interno, el tercero más grande en población dentro de América Latina.
La reducción de la pobreza, cuyo índice cayó en más de veinte puntos porcentuales entre 2002 y 2018, es un atractivo. También lo es la expansión de la clase media, que se duplicó en el mismo lapso hasta representar a más del 30 por ciento de la población.
No menos importante es la relativa estabilidad de la economía, junto con cierta seriedad institucional. Aunque a nivel interno los dirigentes que representan al sector privado se quejan de la falta de continuidad en las reglas de juego, el contraste con los vecinos es evidente.
Precisamente, la debacle de Venezuela puede haber influido en que ahora seamos más visibles. Aparte de los contrastes obvios, Bogotá con sus buenas conexiones aéreas se ha vuelto un polo a la hora de atraer oficinas de las multinacionales que supervisan al menos a la zona andina desde el Distrito Capital y eso se traduce en que exista más conciencia de las oportunidades que hay en Colombia.
Particularidades regionales
Dicho lo anterior, ello no quiere decir que América Latina haya desaparecido del mapa. De acuerdo con un estimativo de la Unctad –agencia de las Naciones Unidas para el desarrollo y el comercio–, los flujos de inversión extranjera directa a nivel global cayeron uno por ciento en 2019, hasta 1,39 billones de dólares. Tal parece que las tensiones comerciales y la desaceleración afectaron el ánimo de los empresarios, cuyos giros hacia las economías desarrolladas se redujeron en 6 por ciento.
En comparación, esta parte del mundo no pierde su lustre. De acuerdo con la misma fuente, los fondos que arribaron a la región subieron a 170.000 millones de dólares el año pasado, un avance del 16 por ciento. Es posible que ese desempeño parezca sorprendente a la luz de las turbulencias experimentadas, pero un ambicioso programa de privatizaciones puesto en marcha por la administración de Jair Bolsonaro en Brasil, despertó mucho interés.
Como es usual, el gigante suramericano volvió a ocupar el primer lugar en esta parte del mundo, con 75.000 millones de dólares recibidos, lo cual equivale a un salto del 26 por ciento. México, a pesar de las señales dadas por el gobierno de Andrés Manuel López, registró una mejora del 3 por ciento, hasta los 35.000 millones, que lo confirman en segunda posición.
Tampoco le fue mal a Chile y Perú, por cuenta de varios proyectos mineros que recibieron luz verde. Los sobresaltos que trajeron crisis políticas y manifestaciones no alcanzaron a reflejarse en un enfriamiento del apetito, aunque es posible que el coletazo se vea en 2020. Y Colombia volvió a ser tercera en la clasificación, por encima de Argentina en donde el clima va de mal en peor.
¿Cuál es la causa de que un puñado de países latinoamericanos siga en el radar de los inversionistas, a pesar de que la economía regional se haya estancado? Por una parte, las tasas de interés en el mundo siguen siendo muy bajas y eso lleva a buscar rentabilidades más altas en otros mercados. Por otra, hay elementos de la geopolítica en la que entran nuevos jugadores como China. Adicionalmente, la transición energética hace muy atractiva la presencia en ramos específicos, ya sea la generación de electricidad a través de fuentes alternativas o la explotación de los depósitos de litio que se usan para la fabricación de baterías, en Chile o Bolivia.
No se pueden pasar por alto los atractivos de la cadena agroalimentaria. En un planeta cuya población se encamina a los 9.700 millones de personas a finales de siglo, es apenas obvio para un buen número de empresas buscar presencia en la producción de alimentos, sobre todo en una zona rica en extensiones de tierra y en agua.
"Y Colombia volvió a ser tercera en la clasificación, por encima de Argentina en donde el clima va de mal en peor."
De acuerdo con un trabajo de la Cepal, entre 2012 y 2017 llegaron a la región 77.012 millones de dólares con destino a los sectores agrícola y agroindustrial. Es verdad que la consolidación vista en el negocio de la cerveza influyó en ese desempeño, pero también se destinó una buena suma a los cultivos comerciales.
La misma entidad señala que hay 3,6 millones de hectáreas operadas por extranjeros, especialmente en el Cono Sur. No deja de ser llamativo que Colombia esté muy atrás en este caso, pues recibe menos de una quinta parte del promedio regional: apenas 1,5 por ciento de los capitales que le entran de afuera para proyectos productivos.
Un asunto de conveniencia
Es posible que ubicarse en la retaguardia de dicha clasificación les parezca bien a algunos. En más de una ocasión, los debates en torno a la conveniencia de la inversión extranjera han estado presentes en el Congreso y estos suben de notoriedad cuando tienen que ver con la propiedad de tierras de dueños de otros países. Vale la pena recordar, sin embargo, que, según la encuesta bimensual que elabora Invamer, 55 por ciento de los encuestados en las cinco capitales más grandes vio con buenos ojos en diciembre fomentar la llegada de multinacionales y capital foráneo al territorio nacional.
Semejante impresión tiende a coincidir con la de los expertos que en general consideran que esta realidad es positiva. Para sus promotores, abrirles las puertas a compañías de otras latitudes trae beneficios en lo que atañe a buenas prácticas empresariales, transferencia de conocimientos y tecnología, salarios, formación de personal, empleo y desarrollo de oportunidades, entre otras ventajas.
Desde el ángulo de la economía, se logran más eficiencias y productividad, al igual que mayores recaudos de impuestos y exportaciones adicionales, en caso de aquellos que venden al exterior. Para Colombia, que muestra un abultado desajuste en sus cuentas externas, los dólares de afuera hacen sostenible el déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos.
Aun así, es importante subrayar que hay contraprestaciones a cambio. La más obvia es que el inversionista extranjero busca que su dinero rinda, con lo cual eventualmente acabará sacando a través de dividendos y otros mecanismos la plata que puso. Hay quienes cuestionan la pertinencia de dejar que lleguen recursos a ramos como el inmobiliario, en donde se corre el peligro de crear burbujas especulativas.
Por otra parte, están las controversias. A la fecha Colombia enfrenta procesos multimillonarios en contra, que se derivan de tratados de protección de inversiones suscritos, por cuenta de decisiones como la toma de posesión de Electricaribe o el fallo por la infraestructura de torres de las compañías de telefonía móvil. Aunque el Gobierno lleva el caso y hace los alegatos pertinentes, todo se definirá en tribunales internacionales, con el riesgo que conllevaría una decisión desfavorable.
Y peor todavía es cuando los que vienen de afuera promueven la corrupción o se saltan las reglas. Casos como los Chiquita Brands y Odebrecht sirven para recordar que la expresión ‘capitalismo salvaje’ puede tener los peores significados.
No obstante, esas manzanas podridas son la excepción y no la norma. La literatura académica disponible está en favor de la inversión extranjera directa, aunque advierte que sus beneficios no son automáticos y requieren la participación de los gobiernos para potenciarlos, como lo afirma un documento del Banco Mundial.
Vale la pena tener en cuenta, además, que un buen número de empresas colombianas también forman parte del club de las multilatinas, habiendo girado 5.122 millones de dólares a sus filiales en 2018, dentro y fuera de la región. Nombres como Ecopetrol, ISA, Grupo de Energía de Bogotá, Nutresa o Bancolombia forman parte de un grupo cada vez más amplio. El mismo que demuestra que en más de una ocasión las cosas son de doble vía en un planeta en el cual los capitales encuentran cada vez más abiertas las fronteras.
RICARDO ÁVILA
ESPECIAL PARA EL TIEMPO